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“El tiempo no es más que una corriente por donde navegamos”. Las palabras talladas en el portón principal del Museo Cultural de La Capital destacan entre los ornamentos y figuras del edificio neoclásico. Una vieja estación de ferrocarril reconvertida para no caer en el olvido. ¿Quién te iba a decir que aquella primera vez visitando el museo ibas a acabar sumergida en el asedio a la ciudad de Troya o que ibas a ver los últimos trazos de la Gioconda de Leonardo? La primera vez fue extraña, como si fuera un sueño. En un abrir y cerrar de ojos cambiaste de cultura, de lugar y, sobre todo, de tiempo. “Los viajes en el tiempo son cosa de la ciencia ficción”. Has vivido siempre con esa premisa, hasta hoy.  Descubriste lo que alberga este edificio, has probado lo misterioso que es el tiempo y has conocido sus tejemanejes.

“¡Bienvenida al futuro!” te han gritado nuevamente una voz desde el andén. “¡Presente!”, le ha replicado una voz más madura. Desde aquel primer viaje en el que te uniste a La Clepsidra te has acostumbrado a los recibimientos de Marialuisa Espiral y Passepartout Carillón. En el sótano del museo se esconde el lugar donde se inician y terminan todos los viajes. Junto a ellos, un montón de nuevos aspirantes a formar parte de la organización. “El tiempo necesita estabilidad y que nadie lo manipule a su antojo”, les recuerda Passepartout. No es un viaje de placer, sino una carrera a contrarreloj para evitar que la estabilidad temporal se vaya a pique. Un sinfín de problemas podrían desestabilizar el tiempo y poner en riesgo el presente y el futuro de toda la humanidad. Por eso La Clepsidra siempre necesita nuevos agentes. El ruido de la vieja Cronos ruge en el andén. Es hora de tomar las riendas, subir de nuevo a los vagones y solucionar nuevos problemas.